El grado de vulnerabilidad de la víctima, se
pone de manifiesto en las circunstancias particulares del delito y en las
características y condiciones del delincuente.
En lo que hace al compromiso del criminal al
momento de cometer el hecho dice Ressler: “El
riesgo para la víctima está relacionado directamente con el riesgo para el
agresor, es decir, el riesgo que corrió el agresor para poder cometer el crimen”.
(Ressler, Robert K., Sachtman, Tony; “Asesinos en Serie” Barcelona, Editorial
Ariel, 2005).
Un ejemplo es el caso de David Berkowitz
apodado The son of Sam, quien comenzó su carrera criminal apuñalando a
una niña sin matarla y terminó asesinando entre 1977 y 1978 a catorce
adolescentes en el Central Park de Nueva York, con un revolver Bull Dog calibre
.44.
LA MUERTE
RITUAL DE NIÑOS.
En la meseta de Chota Nagpur, en el
noreste de la India, los oraons rendían culto a la gran diosa Anna
Kauri, de la que esperaban bonanza en la cosecha, si le brindaban
sacrificios humanos. Las víctimas elegidas eran niños perdidos o abandonados.
También en la India, los gondos secuestraban
jóvenes brahmanes, que ofrendaban en tiempos de siembra y cosecha,
ultimándolos con lanzas envenenadas, desangraban para rociar los campos arados
y devoraban su carne.
En Norteamérica los indios pawnees sacrificaban
un ser humano anualmente al llegar la primavera, como ofrenda, previo a la
siembra. La víctima era un sometido de cualquier sexo, al que crucificaban y
mataban de un hachazo en la cabeza. Las mujeres trozaban luego el cadáver y
enterraban los despojos en los campos para fertilizar la tierra.
Las crónicas relatan un sacrificio en 1837,
en que la víctima fue una joven sioux de catorce años, a la que quemaron
lentamente previo colgarla y luego ultimaron a flechazos. El jefe le extrajo el
corazón, y se lo comió. El resto del cadáver fue cortado en trozos y cada trozo
fue inhumado en un campo. Previamente el brujo de la tribu, roció su sangre en
las semillas.
Fray Diego de Landa, escribió en 1566 sobre
la cultura Maya: “Algunos por devoción entregaban a sus hijitos, los cuales
eran muy regalados hasta el día y fiesta de sus personas, y muy guardados para
que no se huyesen o ensuciasen de algún pecado carnal; y mientras les llevaban
de pueblo en pueblo con bailes, los sacerdotes ayunaban con los chilanes y
oficiales.
Descargar artículo completo Primera parte - Segunda parte