Las huellas dactilares siempre han sido
consideradas como una de las evidencias más importantes a encontrar en la
escena del hecho. Su valor para la identificación de personas ha sido
ampliamente demostrado y las mismas han sido utilizadas desde tiempos remotos.
Las crestas papilares que forman el dibujo
dactilar se forman entre el 4° y 6° mes de vida intrauterina y las mismas
perduran hasta más allá de la muerte. Esto se conoce como el principio de
perennidad y permite que a un individuo se le puedan tomar sus huellas
dactilares desde el mismo momento de su nacimiento y hasta después de su fallecimiento.
Esto constituye una ventaja fundamental para lograr una identificación, basándose
en los otros dos principios de Inmutabilidad, y Variedad que poseen los calcos
papilares.
Cuando la muerte es reciente, la toma de
huellas no varía mucho con respecto a la toma de impresiones a una persona
viva, teniendo en cuenta que la extracción de huellas a un cadáver es más
sencilla, ya que el mismo no presenta ningún tipo de resistencia física para
realizarlas, si no ha entrado en el período de rigidez cadavérica aún.
El problema para el perito se presenta,
cuando el cadáver presenta ya signos avanzados de descomposición cadavérica o
bien el mismo ha sido expuesto a factores ambientales o biológicos que puedan
haber dañado el tejido presente en los pulpejos y de esta forma haber perdido
los dibujos papilares, dificultando la identificación del mismo.
En estos casos, las técnicas para la toma de
las impresiones dactilares son específicas para el caso en cuestión, debiendo
analizarse cada uno de ellos para de esta forma utilizar el que más se adecue a
la situación que se presenta.
La necropapiloscopia comprende todas las
técnicas y procedimientos que se utilizan para la identificación de cadáveres,
la cual es una rama de la papiloscopía.
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Cómo citar este artículo (Normas APA):
TORQUEMADA HORMAZABA, I. (2012). “Necropapiloscopía:
La ciencia de identificar cadáveres”. Revista Digital de Criminología y
Seguridad TEMA’S. Año I, Número 2. (p.
66-69).