miércoles, 22 de julio de 2015

Ruinas sobre ruinas. Notas sobre el sistema penal del capital tecnológico


Todo el mundo descubre, tarde o temprano, que la felicidad perfecta no es posible, pero pocos hay que se detengan en la consideración opuesta de que lo mismo ocurre con la infelicidad perfecta. Los momentos que se oponen a la realización de uno y otro estado límite son de la misma naturaleza: se derivan de nuestra condición humana, que es enemiga de cualquier infinitud. Se opone a ello nuestro eternamente insuficiente conocimiento del futuro; y ello se llama, en un caso, esperanza y en el otro, incertidumbre del mañana. Se oponen a ello las inevitables preocupaciones materiales que, así como emponzoñan cualquier felicidad duradera, de la misma manera apartan nuestra atención continuamente de la desgracia que nos oprime y convierten en fragmentaria, y por lo menos en soportable, su conciencia.
Primo Levi
Las ruinas del poder disciplinario son los términos de lo que se percibe, socialmente, como “decadencia”. Se habla de “decadencia moral” como de “decadencia cultural” o “decadencia civilizatoria”. Son todas formas tristes de referirse al retiro de los dioses.
Sucede que la decadencia no tiene nada que ver con la representación de un “derrumbarse”, de un “venirse abajo”. Todo lo contrario: es el esplendor de esta época en su consistencia maquinal. La decadencia es el resultado de la auto-superación propia de la dominación tecnológica desenvuelta a escala planetaria. Decadencia es una noción lista, disponible, al alcance del comentario. No importa su esencia técnica. No nos referimos a la decadencia de los “filósofos de la decadencia”. Tampoco nos importa demasiado, a los fines de nuestro trabajo, la relación genealógica entre la idea de “decadencia” y el presente adjetivado como “decadente”. No son pensadores los que se ocupan así del presente. Son profesores de ética, periodistas, comunicólogos, opinadores profesionales, entretenedores culturales... Habladurías: la decadencia sobrepasa al cotidiano que lo copa todo con su inmortal “queja de usuario”. Decadente tampoco es un tiempo que ha culminado y otro que no termina de nacer; unas instituciones que no murieron y otras que no han terminado de parirse porque tal interregno no es otra cosa que el presente concebido por una conciencia medieval. La “decadencia” así mentada no es un concepto sino una actitud. Una afectación en el sentimiento. Una imposibilidad de comprender las fuerzas novedosas que rigen la actualidad. El resultado es la moralización del presente bajo una selección ideal de un pasado que nunca existió. Esa “decadencia” allí donde se la argumenta denuncia, groseramente, la ausencia completa de sentido histórico.
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Cómo citar este artículo:
SAI, Leonardo. (2014). “Ruinas sobre ruinas. Notas sobre el sistema penal del capital tecnológico” Revista Digital de Criminología y Seguridad TEMA'S, Año III, Número 21. (p. 78-102).


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