Todo el mundo
descubre, tarde o temprano, que la felicidad perfecta no es posible, pero pocos
hay que se detengan en la consideración opuesta de que lo mismo ocurre con la
infelicidad perfecta. Los momentos que se oponen a la realización de uno y otro
estado límite son de la misma naturaleza: se derivan de nuestra condición
humana, que es enemiga de cualquier infinitud. Se opone a ello nuestro
eternamente insuficiente conocimiento del futuro; y ello se llama, en un caso,
esperanza y en el otro, incertidumbre del mañana. Se oponen a ello las
inevitables preocupaciones materiales que, así como emponzoñan cualquier
felicidad duradera, de la misma manera apartan nuestra atención continuamente
de la desgracia que nos oprime y convierten en fragmentaria, y por lo menos en
soportable, su conciencia.
Primo Levi
Las ruinas del
poder disciplinario son los términos de lo que se percibe, socialmente, como
“decadencia”. Se habla de “decadencia moral” como de “decadencia cultural” o
“decadencia civilizatoria”. Son todas formas tristes de referirse al retiro de
los dioses.
Sucede que la
decadencia no tiene nada que ver con la representación de un “derrumbarse”, de
un “venirse abajo”. Todo lo contrario: es el esplendor de esta época en su
consistencia maquinal. La decadencia es el resultado de la auto-superación
propia de la dominación tecnológica desenvuelta a escala planetaria. Decadencia
es una noción lista, disponible, al alcance del comentario. No importa su
esencia técnica. No nos referimos a la decadencia de los “filósofos de la
decadencia”. Tampoco nos importa demasiado, a los fines de nuestro trabajo, la
relación genealógica entre la idea de “decadencia” y el presente adjetivado
como “decadente”. No son pensadores los que se ocupan así del presente. Son
profesores de ética, periodistas, comunicólogos, opinadores profesionales,
entretenedores culturales... Habladurías: la decadencia sobrepasa al cotidiano
que lo copa todo con su inmortal “queja de usuario”. Decadente tampoco es un
tiempo que ha culminado y otro que no termina de nacer; unas instituciones que
no murieron y otras que no han terminado de parirse porque tal interregno no es
otra cosa que el presente concebido por una conciencia medieval. La
“decadencia” así mentada no es un concepto sino una actitud. Una afectación en
el sentimiento. Una imposibilidad de comprender las fuerzas novedosas que rigen
la actualidad. El resultado es la moralización del presente bajo una selección
ideal de un pasado que nunca existió. Esa “decadencia” allí donde se la
argumenta denuncia, groseramente, la ausencia completa de sentido histórico.
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Cómo citar este artículo:
SAI, Leonardo. (2014). “Ruinas sobre ruinas. Notas sobre el
sistema penal del capital tecnológico” Revista
Digital de Criminología y Seguridad TEMA'S, Año III, Número 21. (p. 78-102).